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El ciclón Freddy deja 326 muertos en Malaui, un país deforestado y en emergencia

El tifón afectó por segunda vez en un mes el sur de África, que dejó como saldo 401 muertos, siendo Malaui el país más afectado. El impacto de la deforestación.

Una nueva catástrofe natural asociada al cambio climático azota por segunda vez en un mes el sur de África. El ciclón Freddy dejó hasta el momento un saldo de 401 muertos a su paso por Malaui (326), Mozambique (58) y Madagascar (17) y decenas de miles de desplazados, en la que ya es considerada una de las tormentas tropicales más intensas jamás registradas.

El Gobierno de Malaui ha declarado el estado de emergencia y la Organización Meteorológica Mundial afirman que Freddy podría haber batido el récord por ser el ciclón de mayor duración en la tierra, por encima del huracán-tifón John, que duró 31 días en 1994 —los expertos no lo confirmarán hasta que no se haya disipado—.

Cabe destacar que este tipo de catástrofes son cada vez más frecuentes debido a las consecuencias de la emergencia climática mundial y llegan en un momento de gran vulnerabilidad, especialmente para Malaui, que se enfrenta al peor brote de cólera de su historia, con más de 1.600 muertes y 53.000 contagiados.

“Los hogares, fabricados sobre todo con ladrillos de barro, se han deshecho debido a las fuertes lluvias y vientos. Solamente el lunes llegaron 84 muertos y más de 150 heridos al hospital Queen’s Elizabeth de Blantyre”, cuenta Marión Péchayre, jefa de misión de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el país.

Las imágenes que llegan de Malaui, el país más afectado, muestran ríos desbordados arrastrando cadáveres, familias atrapadas en casas a punto del derrumbe, equipos de rescate trabajando sobre un inacabable lodazal… ”No hemos tenido agua ni electricidad durante tres días. Había muertos por todos lados. Muchas partes del país han quedado devastadas”, cuenta Billy Lyson, un joven de 21 años de Blantyre (sur del país), uno de los distritos más afectados.

La tormenta, originada el 6 de febrero en las costas de Indonesia y Australia Occidental, transitó miles de kilómetros a través del océano Índico antes de llegar a Madagascar el 19 de febrero y aterrizar en Mozambique el 24 del mismo mes. Tras recoger nuevamente energía en las aguas cálidas del canal de Mozambique, el sábado volvió a tocar tierra y el domingo llegó a Malaui, el país que se ha llevado la peor parte, tanto en daños en las infraestructuras como en víctimas.

La región sur del país es siempre la más afectada por las catástrofes naturales y el problema en Malaui reside en el tiempo de respuesta: “Hasta que las inundaciones no se producen, no se actúa”, explicaba recientemente Lucy Mtilatila, la directora del departamento de cambio climático del Ministerio de Silvicultura y Recursos Naturales de Malaui. Los distritos más afectados han sido Nsanje, Blantyre, Chikwawa, Phalompe Chiradzulu, todos ubicados en el sur.

El ciclón Freddy es la consecuencia más visible de la emergencia climática que, paradójicamente, sufren los países que menos contribuyen al calentamiento global. Lo expuso Lazarus Chakwera, presidente del país, en la 27º Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada el pasado noviembre en Egipto: “A pesar de nuestra contribución marginal al calentamiento global [en alusión a los países menos desarrollados], seguimos soportando la peor parte del impacto del cambio climático, con el 10% de nuestras pérdidas económicas ocasionadas por desastres naturales”.

Deforestación galopante

A pesar de que Malaui está demostrando esfuerzos para luchar contra la deforestación ilegal, como por ejemplo la implementación del programa de ayuda estadounidense Modern Cooking for Healthy Forests, que está apoyando a socios gubernamentales para fortalecer el marco legal y regulatorio del sector forestal, la deforestación sigue siendo un problema grave, especialmente la asociada al carbón vegetal o charcoal. “La degradación de los bosques es galopante en la mayor parte del país, lo que se traduce en más tierras desnudas, sobre todo en las colinas y a lo largo de las riberas de los ríos. La mayoría de los lugares que han sufrido aludes de lodo e inundaciones durante el ciclón Freddy son montañosos y carecen de árboles y cubierta vegetal”, explica Ngoma.

Además, solo el 14,9% de la población tiene acceso a la electricidad (la estadística cae hasta el 6,6% en las zonas rurales), y las familias utilizan el carbón vegetal para cocinar. Eso provoca una tala masiva de árboles que debilita los suelos y vuelve la tierra menos resistente cuando llegan las lluvias, debido a la falta de nutrientes que la sostengan, lo que aumenta el riesgo de desprendimientos.

En un país donde el 70% de la gente se dedica a la agricultura en pequeñas granjas de subsistencia, la catástrofe natural no ha hecho más que agravar una situación humanitaria ya de por sí crítica: el pasado verano, Malaui fue incluido en la lista de inseguridad alimentaria de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). 3,8 millones de malauíes (el 20% de la población) se enfrentan a una grave inseguridad alimentaria, según datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA), y las previsiones que hizo la organización antes de la llegada de Freddy ya auguraban un periodo de escasez desde octubre a marzo de 2023.

Tal y como apunta Ngoma, las catástrofes naturales se suceden cada año, afectando a personas que ya se vieron perjudicadas el año anterior, lo que agrava la situación de pobreza y aumenta la vulnerabilidad de las comunidades.

El director de servicios de la Organización Meteorológica Mundial, Johan Stander, dijo en un comunicado oficial que Freddy está teniendo un gran impacto socioeconómico y humanitario en las comunidades. “La gente necesitará ayuda, refugio y artículos no alimentarios como mantas y ropa, al menos durante las próximas dos semanas. También necesitará ayuda económica. Incluso hablaría de compensación, porque eso es lo que ocurriría en cualquier otro país. La gente debería ser compensada por el desastre natural”, sentencia Péchayre, de MSF.

Fuente: El País

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