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Por su amigo paranaense renunció al trabajo, hizo 2400 kilómetros a dedo y festejó el oro

Los sacrificios no son excluyentes de los deportistas en los Juegos Panamericanos. Hay quienes también se esfuerzan afuera de la cancha para estar en Lima. Es el caso de Marcos, un entrerriano que desde enero estaba ganándose la vida en un restorán de Humahuaca, en Jujuy, y que no dudó en renunciar y comenzar una travesía de 48 horas para recorrer a dedo los 2.400 kilómetros hasta Lima para ver cómo el seleccionado masculino de sóftbol se coronaba campeón panamericano por primera vez.

Marcos tiene 25 años es paranaense y amigo de Gian Scialacomo, quien con 20 años es el más chico del plantel campeón del mundo y dueño del oro en Perú.

Marcos, en el centro, con campera azul, festeja el oro de su amigo Gian Scialacomo y del seleccionado de sóftbol.

Su viaje comenzó a cranearlo hace poco más de un mes, mientras trabajaba en un pueblito del norte del país. Allí siguió encerrado en el baño la final del Mundial contra Japón. «Con el dueño tenía buena onda y cuando salí, le conté», comenta ubicado en uno de los rincones del estadio de sóftbol, en el predio Villa María del Triunfo.

La decisión la terminó de tomar esta semana, cuando dejó su trabajo y emprendió el viaje con sus dos mochilas a cuestas. El dinero no alcanzaba para que fuera un viaje cómodo. No dudó, entonces, en optar por hacer dedo, como es común en las rutas argentinas para ir de pueblo en pueblo. Sin embargo, este paranaense debía cruzar dos fronteras y recorrer más de dos mil kilómetros en situaciones adversas.

«Viajé en un camión con gallinas, me metieron en el baúl de un auto, quedé varado por la nieve en La Paz (Bolivia). Pasé muchos momentos feos pero éste es el mejor premio», dice mientras Argentina vapulea a Estados Unidos en la Gran Final, para terminar con la hegemonía de Canadá en los Juegos Panamericanos.

Al llegar a Lima, el viaje como mochilero no se simplificó. Dejó su bolso en la terminal de ómnibus, cerca del Estadio Nacional, y emprendió el largo camino hasta El Salvador, el barrio en el que se construyó la Villa Panamericana. Fue recién ahí cuando le confirmó a Gian que había logrado llegar para acompañarlo.

Con el 42 en la espalda, Gian festeja con sus compañeros el Oro.

Verlo fue la alegría más grande

«Como en la Villa vendían entradas, yo le avisé por si él venía y necesitaba. Me dice ‘Bueno, voy a ver’. Y antes de salir para el estadio, me mandó un mensaje: ‘Estoy afuera de la Villa’. Entonces, fui rápido, compré la entrada y se la llevé a la puerta», comenta ​Scialacomo.

Como el tiempo apremiaba, Marcos decidió gastar unos soles para compartir un taxi con un desconocido que también tenía entradas para ver la final de sóftbol.

«Verlo fue la alegría más grande. Fue emocionante, porque me crié con él desde muy chico. Es como mi hermano. Y yo lo siento como mi familia, que no pudo estar. Representa a mi barrio también. Estoy recontento», explica Gian, con el oro en el pecho y su amigo en la tribuna.

Clarín

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