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Se cumplen 46 años del último golpe militar en la Argentina

El 24 de marzo de 1976 se inició el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” encabezado por una junta militar.

Para diciembre de 1975, durante el gobierno de Isabelita, viuda de Juan Domingo Perón, la situación política era muy compleja: se produjo un intento de golpe de militar por la Fuerza Aérea, con aviones sobrevolando la capital (recordemos que veinte años atrás se había producido el bombardeo a la Plaza de Mayo en el que masacraron a más de 300 personas) que pedían la renuncia de Isabel y la asunción del Jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla.

El golpe militar

El 24 de marzo de 1976 se inició el periodo más cruento de la historia argentina con el establecimiento del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Fue un nuevo golpe militar -los anteriores habían sido en 1930, 1943, 1955, 1962 y 1966- en que las tres fuerzas armadas actuaron en conjunto: Jorge Rafael Videla (Ejército), Emilio Eduardo Massera (Marina) y Orlando Ramón Agosti (Fuerza Aérea).

Como en los golpes anteriores, éste contó con la participación y la complicidad de sectores civiles: la Sociedad Rural Argentina, la cúpula de la Iglesia Católica, los grupos empresarios y financieros, la mayoría de los medios de prensa (ClarínLa Nación, La Prensa, etc.), y el apoyo del Partido Justicialista y de la Unión Cívica Radical, que, entre otras cosas, proveyeron centenares de intendentes. Por último, más difícil de cuantificar, el golpe tuvo el apoyo -activo o pasivo- de importantes sectores de la sociedad, hastiados de la violencia política de las guerrillas y de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y del descalabro económico del gobierno de Isabelita.

A 46 años del golpe de Estado, aumentan a $5.5 millones la recompensa sobre represores

Por cierto, hay que ubicar a la dictadura argentina, en un contexto regional, caracterizado por el establecimiento de gobiernos de facto en toda América del Sur: Paraguay (desde la década de 1950), Bolivia (1964), Brasil (1964), Chile (1973), Uruguay (1973) y Perú (1975). Golpes, claro está, financiados o apoyados de manera activa por los Estados Unidos.

Como señalamos al inicio de esta columna, cuando estudiamos el golpe de 1976 hay que pensar en dos aspectos, dos caras de la misma moneda: El Terrorismo de Estado y el neoliberalismo. No es posible analizarlos por separado. El primero es la razón del segundo. La violencia inusitada no fue un “despropósito”, impulsado por unos militares que perdieron la cabeza. Fue absolutamente racional al objetivo planteado: disciplinar a la sociedad, suprimir los reclamos salariales de una clase obrera en aquel entonces robusta y desarticular los lazos sociales construidos en las décadas anteriores.  

Qué es el Terrorismo de Estado

Cuando nos referimos al Terrorismo de Estado, hacemos alusión a: 1) La división del país en zonas y subzonas y el establecimiento de más de 350 -trescientos cincuenta- campos de concentración o Centros Clandestinos de Detención (CCD) como la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada, hoy Museo de la Memoria), El Vesubio, La Perla, Famaillá, Automotores Orletti, etcétera; 2) A la técnica implementada, consistente en el secuestro -en forma clandestina e ilegal- la desaparición, la tortura y finalmente los vuelos de la muerte en que arrojaban a los desaparecidos al Río de la Plata. Así, sin cuerpo no había pruebas, sin pruebas no había delito y un desaparecido, como se ufanaba Videla en una conferencia de prensa en aquellos años “…es una incógnita. No está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Cabe señalar que la mayoría de las personas desaparecidas, como indicó el Informe Nunca Más (1985) fueron obreros y obreras, estudiantes e intelectuales.

En lo que atañe al modelo económico neoliberal, en sintonía con lo que ocurría a nivel global, con el desmantelamiento de los Estados de Bienestar (por ejemplo, en los Estados Unidos y Gran Bretaña), la dictadura argentina buscó imponer un nuevo orden social, un país sin huelgas, con una clase obrera obediente, sin distribución de la riqueza y reduciendo el estado a su mínima expresión (cualquier similitud con discursos del liberalismo vernáculo actual no es pura coincidencia).

El Golpe del 76 tuvo como objetivo principal hacer desaparecer de la faz de la tierra al peronismo

El “padre” de este nuevo modelo económico fue José Alfredo Martínez de Hoz, ejecutivo de una multinacional y miembro de una familia de la tradicional oligarquía argentina (su abuelo fue el fundador de la Sociedad Rural). Para “Joe” Martínez de Hoz los males de la Argentina eran principalmente dos: por un lado, tenía una clase trabajadora numerosa, demandante y poderosa, protegida por sindicatos fuertes. Por el otro, la industria nacional era ineficiente, poco competitiva y dependía del subsidio estatal y del mercado interno. Así, sugirió disciplinar a bayonetazos al mundo obrero congelando salarios y abriendo la economía argentina por completo.

Su plan se denominó “Programa de Recuperación, Saneamiento y Expansión de la Economía” y los objetivos fueron la reducción del gasto público y de la intervención del Estado en la economía; eliminar los mecanismos proteccionistas que habían permitido el desarrollo de una industria sustitutiva de importaciones y re-primarizar la economía, es decir, volver a una senda de desarrollo con base en la producción de bienes en los que el país contaba con ventajas comparativas, centralmente productos agropecuarios. En pocas palabras, volver al país de las mieses y de las vacas.

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Además de des-industrializar al país, que implica el cierre de miles de pymes, desocupación, pauperización, exclusión de millones de personas, la dictadura hizo crecer exponencialmente al sistema financiero con la proliferación de bancos (¿qué es robar un banco, al lado del delito de fundarlo?, nos recordaba hace muchos años el dramaturgo Bertolt Brecht).

En definitiva, a 46 años del último golpe militar, el más cruento de nuestra historia, recordemos el dolor que produjo y produce en los miles de familias de desaparecidos y desaparecidas, en la exclusión de millones de personas por el modelo económico neoliberal implementado y en la deuda externa – ¿eterna? – contraída por los jerarcas de la Junta Militar. Por último, no olvidemos que el plan del Proceso fue continuado y profundizado en los dos gobiernos de Carlos Saúl Menem (1989-1999), que contaron con importante apoyo popular.   

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